Le dimanche o Rut marin
DOMÍNGUEZ, Óscar
1935
Técnica: Óleo
Medidas: 93 x 73 x 3 cm
Número de registro: TEA1995-003
Colección TEA Tenerife Espacio de las Artes Cabildo Insular de Tenerife
Junto a Joan Miró y Salvador Dalí el pintor Óscar Domínguez (Tenerife, 1906 – París, 1957) ha sido considerado como el tercer gran nombre que España da a la pintura surrealista. Una definición que de inmediato dibuja la constelación de nombres en la que debemos situar la creación plástica de este pintor alineado con las tesis más subversivas del Surrealismo. Óscar Domínguez no ha dejado de sorprendernos por su versatilidad en la inventiva de objetos, pinturas y decalcomanías. Su incorporación al grupo surrealista de París tiene lugar en 1934, aunque desde mucho antes, en sus primeras composiciones, asistimos a un planteamiento incontrolado e imaginativo en el que el horizonte marino de los escenarios de su infancia está presente de forma constante, acaso seducido por las formas caprichosas y sobreabundantes que adopta la Naturaleza en Canarias, y que de por sí son acontecimientos surrealizantes en estado puro. Las playas de arena negra, los dragos milenarios, la lluvia horizontal o los mares de nubes trazan las señas de un paisaje soñado, evocado y metamorfoseado que adquiere en su obra categoría de símbolo. Su pintura, imbuida de esas imágenes, le otorgan la merecida fama de surrealista espontáneo.
Le dimanche o Rut marin (El domingo o el celo marino) ejemplifica como ninguna otra pintura la fuerza inventiva del pintor Óscar Domínguez. Dos caballos seccionados por una placa de cristal se cruzan al tiempo que toman caminos opuestos. Sus cuerpos han sido construidos a base de fragmentos de elementos diversos –anclas, labios, hojas, peces– en una lucha por conquistar caminos irreconciliables. Al igual que sucede en el caso de sus conocidos dibujos y decalcomanías de leones-bicicletas, las direcciones de ambos animales no coinciden. Metáfora de la dualidad del propio pintor –“feroz y melancólico”, lo describió su amigo el crítico Patrick Waldberg; “niño, por la voluntad de someter el mundo a su capricho, por el paso constante del asombro a la ira”–, o símbolo de la contradicción innata a toda condición humana, la pintura de Óscar Domínguez en Le Dimanche busca para sí elementos opuestos: la levedad de la cometa y la pesantez del ancla, el haz y el envés de un espejo – ¿o de una pantalla de cine?–, la figuras de dos caballos atravesados en dos mitades por el paso de línea imaginario de un espejo. La escena evoca el decorado ilusionista e infantil de un tiovivo, aunque los animales parecen haber escapado a la carrera circular, inagotable e inmóvil, de la rueda del parque de atracciones en alguna plaza de París. Ninguna explicación lógica podría desenredar la fuga de perspectivas interpretativas que esconde esta pintura. Es una de las obras más enigmáticas compuestas por el pintor, si bien la cometa que ascienda hacia lo alto, con su cola sembrada de labios, nos hace pensar en un elogio a la militancia amorosa; es decir, al carácter irrenunciable y enigmático del sentimiento amoroso, en un momento en el que el que el pintor se entregaba a los brazos de la escritora Marcelle Ferry, a quien regala esta pintura, y con quien posa en una hermosa y enigmática fotografía.
[Fragmento extraído del texto de Isidro Hernández para la introducción al catálogo de la exposición Óscar Domínguez: fuego de estrellas, FUNDACIÓN PICASSO - Museo Casa Natal - Ayuntamiento de Málaga, Málaga, 2009].
"Hacia 1935, Domínguez imagina varios espejos destinados a las distorsiones, a las depravaciones; por ejemplo en El Domingo, un caballo pequeño es representado por medio de dos mitades distintas de un lado y otro de un “paso de línea” imaginaria, que podría ser el perfil de un espejo. El redoblamiento de la imagen pintada es lo que hace que la imagen se restituya una profundidad y se reconstituya como cuerpo. Pero el espejo no es aquí el doble del lienzo, el símbolo del lienzo-espejo. Alcanzamos así la noción de reversibilidad generalizada. El pequeño caballo es al mismo tiempo el que sale detrás del espejo y el que permanece delante. Este juego implica un profundo desconcierto en cuanto a las posibilidades de una verdadera travesía del espejo, o al menos de lo que verdaderamente se puede esperar. Y si, al otro lado del espejo, todo fuera más o menos parecido. Si lo esencial fuese descubrir cierta falla entre dos imágenes, y hacernos pensar en el principio de identidad. En su fondo, la imagen simétrica desea el cara a cara de uno con su doble, como todavía lo sugiere el pintor en Cementerio de los elefantes (1938)".
[Fragmento extraído del catálogo de exposición comisariada por Ana Vázquez de Parga, Óscar Domínguez : antológica 1926-1957. Centro Atlántico de Arte Moderno, Las Palmas de Gran Canaria, 23 de enero- 31 marzo 1996; Centro de Arte “La Granja”, Santa Cruz de Tenerife 19 de abril- 18 de mayo de 1996; Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 25 junio- 16 de septiembre 1996].
"Representa dos caballos seccionados por la mitad y atravesados por una placa de vidrio, dispuesta en diagonal y en profundidad. La sorpresa se produce por el hecho de que las cabezas y extremidades delanteras de ambos corceles están ensambladas y corren en direcciones opuestas, mientras que las extremidades traseras están unidas. En las parte superior se divisa una cometa que parece haber atravesado el cristal, ya que en él se advierte la forma romboidal de la cometa".
[Fragmento extraído del libro de Fernando Castro, Óscar Domínguez y el Surrealismo, Editorial Cátedra, Madrid, 1978].