Autorretrato

El Autorretrato de 1933 es una pieza clave en el itinerario creativo de Óscar Domínguez. El pintor se representa a sí mismo dotado de una mano desproporcionada o acromegálica que parece evocar e incluso convocar –tantos años antes de su muerte– el acto de un suicidio, por lo que la crítica ha querido ver una revelación visionaria de su destino trágico. Asimismo, la elección de una pintura que insiste en la deformación, el alargamiento desmesurado de los cuerpos y el derramamiento de las masas de color corroboran el sentido autobiográfico y revelatorio de esta pintura, pues se ha interpretado como una anticipación a la enfermedad padecida por el pintor desde principios de los años cuarenta. Esta inquietud hacia todo lo que no puede ser susceptible de explicación científica –los sueños, el subconsciente, el azar, la magia, el poder de adivinación, la sabiduría de pueblos ancestrales, el denominado "arte mágico", en definitiva– gozó de especial predilección en la esfera del Surrealismo. No en vano, obras como La boule rouge (1933) o, ya más tardíamente, La voyante (1944), tienen como protagonistas una figura femenina que realiza trucos de magia, a la manera de un surrealista que ofreciera, a través de las imágenes llevadas al lienzo, otros mundos posibles o imposibles, pero siempre verosímiles y maravillosos.

[Texto: Isidro Hernández, Conservador Colección Óscar Domínguez / Conservador Jefe Área de Colecciones TEA Tenerife Espacio de las Artes]