Animal solitario de la noche cegada por el alba
HERNÁNDEZ, Juan
1983
Técnica: Acrílico sobre lienzo
Medidas: 140 x 250 cm
Número de registro: TEA2022-011
A principios de la década de 1980, Juan Hernández viaja a Madrid para estudiar a los antiguos maestros de la tradición pictórica española. Instalado en La Nave, pequeño edificio industrial que habría de servir de punto de encuentro a artistas de generaciones precedentes –Enrique Leal, Ana Saura o Marisol García, entre otros–, Juan Hernández acude al Museo del Prado a estudiar de forma directa la pintura de Velázquez sobre la que tanto había meditado en los años previos. De ello resulta la serie de variaciones a partir de la Infanta María Teresa de España (1652-1653), iniciada en Canarias a finales del curso anterior. Las cuatro piezas elaboradas coincidirían en la preeminencia de la relación entre las masas de color sobre cualquier otro elemento o valor pictórico. En palabras del profesor Castro Borrego: «lo que vemos en ellas, tras haber abstraído el asunto de la representación, no es otra cosa que la pintura»¹.
Este mismo principio motiva otra de las series concluidas fuera de las islas. Nos referimos a aquella que toma por motivo el «animal solitario», signo respecto al que el profesor y biógrafo del artista, Fernando Carbonell, formuló la siguiente pregunta: «¿Vino Juan a Madrid en busca de contenidos?»². Ciertamente, tanto gozaba de riqueza su pintura en planteamientos formales cuanto carecía de contenidos, esencias que, finalmente, acudirán a su encuentro en los entornos del «museo» y el «lago». Un cambio de espíritu como este implica inevitablemente nuevas formas de expresión, concretadas en un tratamiento cromático sensual y sosegado que relegó a segundo término el colorido decorativo y bidimensional predominante en sus obras de los años previos. En la base de este cambio, cabe ubicar una forma de aplicación de la pintura acrílica más refinada y sutil, de la que, además, derivaría la posibilidad de lograr transparencias y veladuras, cual si trabajara con óleo –a imagen, claro está, de Velázquez. Sobre su método de trabajo a este respecto da buena cuenta Carbonell:
«Al secar, sobre el papel, quedaba una lámina con la levedad sabrosa de la obra gráfica, de las artes aplicadas; pero dentro de un esquema sencillo y enérgico. En cambio, sobre la tela, friega que te friega, veladura tras veladura, a través de sus mutuas ocultaciones levantaba espacios de dimensiones, luz y color indefinibles y homogéneos, hermosos y vibrantes, pero sin salirse casi de la composición previamente establecida. [...] El color, la gama era austera, bastante más que la alegría de antes, aunque atrevida, algo ácida, y amiga en ocasiones de poner en juego los extraños tonos inéditos que la industria del pigmento ofrece [...]»³.
Todo ello se conjuga en la construcción de pasajes de atmósferas melancólicas en las que los animales solitarios, como el Animal solitario de la noche cegada por el alba (1983), proclaman simbólicamente la soledad radical inducida por el entorno urbano. Como aquellos seres languidecientes, Juan halló en la contemplación del cielo estrellado el ansiado escape, aunque fugaz, al desarraigo que conlleva la ausencia de la isla.
La serie sería finalmente completada en 1984, siendo presentada en la exposición acogida el mismo año por el Ateneo de La Laguna. Desde entonces, una efervescencia creativa ininterrumpida y sin precedentes habrá de materializarse en las magníficas series Entre dos fuegos, El lago y El faro. Esta última, en tanto vaticinio del propio y prematuro final, máxima expresión de una sempiterna pulsión vitalista que hubo de pervivir eternamente a través de la reconciliación con la muerte.
━━━━━━━━━━
¹ Fernando Castro Borrego, Juan Hernández (Santa Cruz de Tenerife: Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1991), 37.
² Fernando Carbonell, «Tres años en Madrid. Una visión personal», en Juan Hernández (La Laguna: Sala de Arte y Cultura de La Laguna, 1985), 4.
³ Ibidem, 5.