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Crisantemo

PEQUEÑO, Pilar

2003

Número de registro: 0604003002

Colección(es): Colección del Centro de Fotografía Isla de Tenerife

Técnica: Gelatina a las sales de plata; al selenio

Medidas: 475x315

Agua, cristal y luz. Los velos de la visión. La mera mención de estos temas basta para suscitar un sinfín de resonancias que se pierden en la fronda simbólica a la que han dado origen desde el comienzo de los tiempos. En la obra de Pilar Pequeño se repiten las imágenes de plantas, hojas, frutos que flotan en el agua, están allí en suspenso como el ser vivo en el líquido amniótico o – ambivalencia inevitable- como la vida ya muerta en los frascos del museo. La interposición ambigua de la transparencia se intensifica y se reduplica con los recipientes cristalinos. En esas imágenes que presentan su objeto a través de dos pantallas translúcidas creo ver el juego, cifrado y enigmático, de la dimensión poética, allí donde las cosas se manifiestan y se ocultan a la par. Los reflejos de la luz sobre las superficies opalinas y su incidencia en la visión de las plantas parecen variaciones sobre lo visible -más o menos claro, más o menos difuso, más o menos «evidente», más o menos iluminado o difractado- pero lo que en verdad exponen son las paradojas de la visibilidad, nunca separada de lo invisible que la constituye.

No hay visión sin velos. El ojo es la primera pantalla. La mirada le sucede, tanto la de cada cultura como la del sujeto que, por su intermedio, sigue o inventa el itinerario de sus propias afinidades con el universo infinito de lo visual. Sin estas pantallas -unas lentes literalmente imperceptibles porque sólo a través de ellas se percibe- la vista nada puede alcanzar. La sutileza de la artista está en hacer jugar las transparencias expresas, el plástico de los invernaderos, el agua, el cristal, para dar a ver todas las complejidades secretas que se tejen entre lo visible y lo invisible en el supuesto desvelamiento de una experiencia visiva «directa». Sus pantallas se disimulan por translúcidas pero a la vez se muestran al dibujar y desdibujar, confundir o separar los perfiles, refractar, condensar o desviar la luz; su interposición deja al objeto dentro de su representación «realista» y también fuera de ella, sobrepuestas, la artista nos recuerda la labilidad de aquella frontera nunca zanjada entre lo cerrado y lo abierto, el adentro y el afuera: las orillas son pasajes. El espacio fotográfico se vuelve todo él un umbral que entreabre su campo sin fijar los confines: la indeterminación de lo cristalino juega entre el adentro y el afuera para recordarnos la alquimia gozosa o alucinatoria de las formas.

Cuando Pilar rememora la búsqueda que, sin modelo previo, la ha llevado de unas series de fotografías a otras, se explican muy bien los «hallazgos» que articulan su discurso fotográfico en torno al tema de las transparencias: empezó con la serie sobre los invernaderos, donde la envoltura de plástico cobra relevancia, opacada por los accidentes de su textura o de su armazón, por la aglomeración caprichosa de las gotas o la rizografía mimética del andar de los caracoles. Hasta que un desgarro del plástico nos muestra, sin velos, la imagen limpia de una mata florecida. Después pasó a las hojas en los charcos del Retiro, después a las plantas en un continente de cristal hasta llegar a la abstracción del «cristal en la planta» (alhelí, hojas de arce). De tanto en tanto, al comienzo o al final de las series, la eclosión deslumbrante de una flor desnuda, sin velos -cala, lisiantus-, sólo inmersa en un ámbito de luz creado por la fotógrafa.

 

[Schnaith, N. “Pilar Pequeño.”, Caja San Fernando, Sevilla, 2002]